El papel de la mujer en la historia de la minería y la industria no era muy diferente del ejercido por la que vivía en el campo, estando supeditada su función a la del género masculino. Sus labores durante el siglo XIX y buena parte del siglo XX eran, principalmente, tres: reproducción, cuidado de la prole y satisfacción de las necesidades del marido.
Sólo en momentos históricos excepcionales como las guerras modernas, que obligaban a los hombres a abandonar sus puestos en las fábricas para incorporarse al ejército, se facilitaba el acceso de las mujeres al mercado laboral. Éste último no fue el caso de la mujer de los Cercos, donde las guerras mundiales estaban demasiado alejadas de una España neutral en la que sólo participaron soldados españoles de forma voluntaria y donde la Guerra Civil provocó la huida y el exilio en ambos sexos por igual.
La legislación laboral de aquella época prohibía la contratación de mujeres para trabajar en el interior de las minas y fábricas. Si les estaba permitido, aunque de manera irregular, permanecer en las escombreras de las minas, junto a los niños, como criberas, recogiendo carbón con el fin de revenderlo en la misma mina o en las viviendas de Peñarroya y Pueblonuevo del Terrible como combustible de cocina y calefacción. El dinero ganado permitía completar los magros ingresos de una familia minera de aquellos tiempos. Tan sólo se ha constatado la presencia de una mujer en el interior de la mina Cabeza de Vaca, en Belmez, si bien se desconoce su misión así como los motivos por los que estaba allí.
Con la instalación de las primeras fábricas y el tendido de los primeros ferrocarriles la mujer del Guadiato y muy especialmente la de Peñarroya-Pueblonuevo, fue encontrando nichos de empleo diferentes a los habituales y que, a pesar de unos sueldos ostensiblemente menores que los del género masculino, si daban una primera independencia económica a este sexo.
Entre las profesiones desarrolladas por las peñarriblenses destacamos las de servicio doméstico en las viviendas del barrio francés (cocineras, limpiadoras, jardineras, cuidadoras de niños), limpiadoras de oficinas y guardabarreras en las inhóspitas casetas ubicadas en las intersecciones de vías de ferrocarril con carreteras y caminos. Estas casetas cumplían, además, funciones de vivienda para una familia ferroviaria.
Otros oficios femeninos irregulares en aquella época fueron los de lavandera de ropa o bordadora, esto es, realizando arreglos en la indumentaria de trabajo y calzado masculino.
La I Guerra Mundial produjo un aumentó de la demanda de materias primas y productos elaborados en los países beligerantes. Como consecuencia de ello hubo una gran escasez de mano de obra masculina en Peñarroya y Pueblonuevo del Terrible. Esta circunstancia, unida al prejuicio patriarcal que establecía que la mujer servía o tenía que servir para realizar trabajos de motricidad fina, fomentó la contratación de mujeres para el manejo de máquinas hiladoras y cortadoras por parte de la SMMP en las fábricas de papel y tejidos del segundo Cerco de la Compañía.
A partir de este momento y pese a que estas fábricas cambiaron de propietarios a finales de los años 20 del silo XX, centenares de mujeres trabajaron en ellas hasta su cierre en la década de los 70, lo que supuso todo un adelanto para su tiempo y un acto de promoción social que contradecía los principios del nacionalcatolicismo de Estado.
Desde los años 40 del siglo XX tampoco faltaron obreras ejerciendo labores administrativas tanto en La Dirección como en las demás oficinas de los diferentes servicios.
Estos hechos situaron a Peñarroya-Pueblonuevo junto a otras poblaciones industriales a la vanguardia de la lucha por la igualdad de derechos de hombres y mujeres.
A título de curiosidad citamos aquí otro empleo reservado exclusivamente a mujeres viudas con cargas familiares o con maridos incapacitados para el trabajo: el oficio de grifera. Como describimos en el capítulo anterior, tras la adquisición de la finca La Garganta, la SMMP decidió construir un embalse que recogiese las aguas de lluvia de aquel paraje para, posteriormente, ser empleadas en las diversas industrias de su propiedad y para consumo humano. El agua era distribuida por medio de una gran tubería construida junto a la línea ferroviaria Peñarroya-Puertollano.
La Compañía construyó depósitos de agua subterráneos y fuentes en muchos pueblos del Norte de Córdoba para su distribución y venta. Su uso estaba gestionado por estas mujeres. El cobro se realizaba por medio de fichas o monedas de necesidad expedidas por la propia Empresa y que eran canjeadas posteriormente por dinero real.
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