Al terminar la Guerra Civil y con el comienzo de la II Guerra Mundial, el país quedó aislado internacionalmente. Se impuso entonces la autarquía económica. Este hecho de algún modo benefició a las industrias que la SMMP tenía instaladas en la cuenca del Guadiato, especialmente las minas de carbón, cuya producción se vendía en su totalidad en un país en reconstrucción. Para reactivar el trabajo, la SMMP no admitió a todo el personal que había trabajado hasta la guerra, procediendo a una metódica selección que tuvo en cuenta la conflictividad más que el grado de profesionalidad.
Las empresas adjudicatarias de determinadas funciones dentro de las fábricas producto de la progresiva externalización de servicios llevada a cabo por la SMMP antes de la guerra, contrataban a muchos obreros por días de trabajo. Algunos de ellos estaban sometidos a las arbitrariedades del capataz que no dudaba en expulsarlos ante cualquier circunstancia, conscientes de que al día siguiente habría a las puertas de la fábrica otros 300 o 400 obreros igualmente hambrientos y necesitados.
El Estado puso en marcha en 1944 el Plan Nacional de Combustibles, que preveía la construcción de grandes complejos industriales y dotar al país de industrias prioritarias para la economía: centrales termoeléctricas, refinerías de petróleo, fábricas de abonos, de motores, etc. \tLa SMMP, pese a que tenía gran experiencia en estos sectores, sin embargo dejó de apostar por la innovación tecnológica desde un punto de vista general, dedicando sus intereses casi exclusivamente a actividades metalúrgicas de altos réditos a corto plazo en perjuicio del resto.
Los Cercos de Peñarroya-Pueblonuevo, geográficamente mal ubicados y peor comunicados a través de una red ferroviaria envejecida, alejados de las fuentes de materias primas que le dieron sentido en los comienzos, en consecuencia fueron siendo apartados de las senda modernizadora por sus propietarios judíos, la familia Rothchild, que sufrió las consecuencias de la ocupación nazi en Francia. Todo este sumatorio de circunstancias hicieron propiciaron el alejamiento paulatino de las exigencias del nuevo modelo industrial imperante, basado el diseño de bienes de equipo apoyado sobre un potente desarrollo tecnológico y el uso de nuevas fuentes de energía, como el petróleo, todo ello a pie de puerto marítimo.
Condenados a una obsolescencia progresiva, los Cercos de Peñarroya-Pueblonuevo pasaron de ser el principal activo productor en 1920 de la SMMP a una pequeña e insignificante pieza inserta en un conglomerado empresarial a escala mundial que si había podido modernizarse gracias a las ayudas del Plan Marshall puesto en marcha por el Gobierno estadounidense para reflotar la economía europea, con la excepción de España y, lógicamente, los países del bloque comunista.
En cualquier caso, las fábricas continuaron abiertas durante las dos décadas siguientes, con la excepción de la fábrica de zinc, que tras una reapertura fugaz durante la posguerra, acabó cerrando, ya definitivamente sus puertas 4 años más tarde.
El contrapunto a esta tendencia negativa la puso la fábrica de ácido de productos refractarios que inauguró en esta época horno-túnel, único en Europa, por el que entraban las piezas húmedas por un extremo y, en constante movimiento, salían cocidas por el extremo opuesto.
Otro factor que jugó un papel importante en el progresivo abandono de las industrias de los Cercos por parte de la SMMP fue la existencia de estudios que auguraban un agotamiento del carbón de la zona en 25 años. El cierre del pozo Antolín, en 1953 y el Pozo Terrible 2º, en las inmediaciones del Cerco industrial, no hacían sino refrendar estas estimaciones, razón por la cual no tenía sentido para la compañía invertir en tecnología en un lugar aislado en el que las fuentes de energía fósil estaban próximas a su agotamiento.
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