1936 había transcurrido entre paros parciales en las minas e industrias por falta de demanda, huelgas y amenazas de cierre en algunas de ellas. Tras el 18 de Julio el desconcierto se apoderó de Peñarroya-Pueblonuevo y en los días sucesivos. Ello provocó la interrupción de las actividades industriales y mineras por un periodo corto y la ocupación del polvorín de la SMMP ubicado en el Antolín por parte de algunas milicias. Pronto el Alcalde republicano, Fernando Carrión, las fuerzas de orden público y los sindicatos socialistas declararon su fidelidad a la República.
A diferencia de otros lugares de España con gran tradición obrera, los Sindicatos y agrupaciones revolucionarias de Peñarroya-Pueblonuevo no colectivizaron los trabajos en las fábricas y minas. Con la huelga general que siguió al golpe militar los Cercos suspendieron sus actividades, con la excepción del mantenimiento de hornos y de desagües en las minas.
Los obreros no volvieron prácticamente al trabajo durante los meses republicanos con la excepción de la fábrica de papel, que en este periodo estuvo enviando producto a la capital de España para la impresión de los diarios matutinos hasta unos días antes de ser tomada por las tropas rebeldes.
El gran problema de los Cercos a partir de esta fecha fue la falta de mano de obra especializada. El día del golpe de Estado trabajaban en la cuenca 4.100 obreros; ante la amenaza cada vez más palpable de ocupación de la cuenca por parte de las tropas franquistas, miles de vecinos y la mayoría de los obreros huyeron a los pueblos de la zona republicana, quedando en número de 700 (600 de ellos en el Cerco) tras el 13 de Octubre de 1936, día de la caída de Peñarroya-Pueblonuevo.
No se registraron apenas sabotajes en las infraestructuras ferroviarias, pozos e instalaciones fabriles, gracias a la intervención del Alcalde Republicano, que disuadió a las milicias para que no lo hicieran, consciente que de que destruir las fábricas podría significar conculcar el medio de vida de la población y toda la comarca en el futuro.
Rápidamente se intentaron poner en funcionamiento todas las minas y fábricas, gestionadas por una militarizada SMMP, una vez expulsado el personal francés por las autoridades castrenses. Para ello se reclutó el mayor número de trabajadores trayéndolos de las provincias limítrofes, arrojando octavillas en la zona republicana prometiendo todo tipo de perdones a quienes retornaran a sus puestos de trabajo e incluso con batallones de prisioneros.
Con gran esfuerzo se consiguió que siguieran en funcionamiento la fundición de plomo, la central eléctrica, los talleres generales, la fábrica de zinc y la de óleum, siendo esta última de gran importancia para la fabricación de explosivos, por ser la única de este tipo bajo control del ejército rebelde.
En cuanto a los Talleres Generales, además de su uso como fábrica de armas y municiones (carcasas de los obuses de 10,5mm. para la fábrica de Sevilla), se convirtieron en centro neurálgico para el mantenimiento de todo tipo de vehículos militares utilizados en el frente, así como en locomotoras y vagones.
La importancia estratégica de los Cercos y las minas provocaron que fueran objetivo permanente de los bombarderos aéreos y de los cañones republicanos. La proximidad de la línea de frente, que en algunos momentos llegó a estar a 3km. del casco urbano de Peñarroya-Pueblonuevo propició que numerosas bombas y obuses impactaran en los edificios e infraestructuras de los Cercos cuyas funciones se veían interrumpidas con frecuencia a consecuencia de éstos. En cualquier caso y dentro de la gravedad de la situación, los 1.100 obreros y operarios, entre retornados y forzosos mantuvieron activas las fábricas y pozos para sostener al esfuerzo de guerra del ejército franquista.
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