Las guerras suponen una tragedia para los países implicados y para las personas que habitan en ellos, pero representan un negocio redondo para las empresas industriales de éstos y del resto de países.
Durante la primera conflagración mundial que asoló Europa entre 1914 y 1918, España fue uno de los países que más se beneficiaron gracias a su proximidad al conflicto y sobre todo, gracias a su neutralidad. Los tratados internacionales impedían la venta de armas y/o ayuda militar a los países no intervinientes, pero no la exportación de productos o materias primas con los que, una vez cruzada la frontera, pudieran ser utilizadas para impulsar o sostener el esfuerzo de Guerra de los países tanto de la Entente como de los Imperios Centrales.
Una de las empresas nacionales que partía con más ventaja para abastecer de metales y productos químicos a los países implicados en la Gran Guerra fue la SMMP, no sólo por la excelente política de adquisición de activos mineros llevada a cabo en el periodo 1909-1912 o el desarrollo industrial basado en la aplicación de tecnología punta sino, principalmente, por su inigualable poder de influencia en las altas instancias del Gobierno de la nación. En este sentido, no podemos olvidar que desde 1913, el Presidente del Gobierno, el Conde de Romanones, ocupaba silla en el Consejo de Administración de la Sociedad merced a la absorción de la empresa de extracción, fundición y comercialización de plomo G. A. Figueroa, de la que era uno de los dueños, por parte de la multinacional francesa.
Despejado el panorama político y resuelta con rapidez la crisis derivada de la acusación por parte de Francia de que la SMMP suministraba plomo al enemigo, acusación que se saldó con la salida del cartel alemán de plomo Metallgesellsaft, la compañía transnacional francesa se convirtió en el primer productor mundial de plomo dulce, en el suministrador preferente de este metal a los aliados durante la Gran Guerra y el Cerco de Pueblonuevo del Terrible en uno de tantos en la extensa red de complejos industriales que la compañía tenía en España, Francia y el Norte de África.
Si durante los primeros meses de la guerra el armamento empleado fue el convencional, el 22 de abril de 1915 el ejército alemán comenzó a usar el gas como arma, a pesar de las denuncias de los aliados por la violación de tratados internacionales, lo que no impidió que poco después estos mismos países utilizaran también armas químicas. No fue ajeno a este hecho el complejo fabril de Pueblonuevo del Terrible, en el que se ubicaba una poderosa industria química, a la cabeza de la cual estaba la fábrica de ácido sulfúrico. El más conocido de los gases empleados en la guerra fue el gas mostaza, utilizado para producir rápidamente conjuntivitis y ceguera. Si bien la SMMP nunca reconoció que en sus instalaciones se hubiera producido este gas, sí que fabricó las sustancias necesarias para su elaboración, tales como el ya mencionado ácido sulfúrico o el sulfocianuro de potasio. En cualquier caso, estas sustancias no eran nada comparadas con otras mucho más letales que la misma compañía admitía estar fabricando sin limitación alguna, como cianógeno, cianuro de hidrógeno, amoniaco o nitrotolueno; además de compuestos necesarios para la fabricación de explosivos, como el nitrato de amonio, y explosivos como la roburita, el amonite, el tolueno o el temible trinitrobenceno.
La actividad llegó a ser tan frenética en los Cercos Industriales durante aquellos años, que los viejos almacenes ubicados junto al taller de desplatación se quedaron pequeños. El equipo de ingenieros de la Compañía planteó entonces la construcción de un nuevo almacén, más grande y funcional (cuadruplicaba la extensión del anterior) que el primero y que contaba con los últimos avances técnicos de la época, como puente-grúa o carriles aéreos de distribución. Si bien el origen de su diseño no está documentado, su estructura roblonada es de clara influencia eiffeliana. Las obras finalizaron en 1917 a cargo de los muy cualificados trabajadores de las Talleres Generales.
El lado negativo de la contienda lo representa la pérdida por reclutamiento forzoso del alto personal técnico francés de los Cerco Industriales. Esta función sería cubierta por los técnicos españoles con elevada cualificación de la propia empresa, algunos de los cuales al final de la contienda fueron felicitados por su eficacia al gestionar los intereses empresariales.
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